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VI. Innocent, the time we spent, forgot to mention we're good friends. You thought it was the start of something beautiful? Well, think again.

Samantha Waldorf martes, 27 de diciembre de 2011

VI



—Tengo muchas cosas para decirte.
—Está bien, comienza. 
—Primera: eres un idiota. 
—Ya lo tengo claro, me lo recuerdas desde el primer día que te conocí. 
—Segunda: ¿Sabes que cuando salgamos de este lugar haré tu vida muy miserable y no me detendré hasta que pidas clemencia arrodillado frente a mí?
—Comprendo. 
—Tercera: Te ahorraré el gasto de comprar condones porque te patearé tan fuerte en la entrepierna que no podrás tener hijos. 
—Entendido, y te agradezco tu preocupación por mi vida sexual. 
—Cuarta: Eres el ser más terco del mundo y te odio. 

Hannah observó por la ventanilla suspirando frustradamente odiando a quien quiera que le estuviera haciendo eso: el destino, Dios, Alá o Chuck Norris. Gerard sólo se recostó en el asiento colocando sus manos sobre su cara, buscando una solución. 

La situación era demasiado bizarra y desesperanzadora: Ambos adolescentes se encontraban en el medio de una carretera poco transitada – ni siquiera un mísero auto pasó por allí desde el tiempo que estuvieron estacionados - a 150 KM de Belleville y a 50 KM del pueblo más cercano, Middle Township. El clima había decidido alocarse, y era uno de esos días de finales de febrero donde hacía más calor que en la mitad de Julio. Probablemente unos 40 grados. No tenían señal en sus celulares y el único dinero que tenían era un billete de $5 y dos monedas de cinco centavos. No tenían agua para refrescarse y para hacer todo más dramático, el capó delantero del auto despedía demasiado humo. 

Hannah observó a Gerard a su lado, quien observaba el techo de su auto como si allí fuera a encontrar una solución. 

Ya habían pasado tres semanas luego del incidente de las fotos y no se dirigieron la palabra durante ese tiempo. Sólo hablaban lo justo y necesario en las clases de tutoría de matemáticas. Ni siquiera hubo comentarios sarcásticos e hirientes, ni golpes violentos. Sólo calma, miradas fugaces y operaciones con números irreales. Sus padres notaron que algo entre ellos había cambiado porque la cena familiar del domingo a la noche, estuvo extrañamente silenciosa, cuando generalmente eran puros gritos e insultos de ambos. No se miraban, insultaban o humillaban. Ni siquiera se dirigían la palabra al pedir la ensalada. Ignoraban la existencia del otro, y fue allí cuando los adultos compartieron una mirada y supieron que algo grave había ocurrido. 

Hannah, durante esas tres semanas sigilosa y disimuladamente, irrumpió en la habitación de su vecino mientras él estaba en su entrenamiento de taekwondo buscando las malditas copias de seguridad. Con mucho cuidado se deslizaba por el árbol que estaba entre medio de las dos casas y caminaba por sus ramas hasta llegar a la ventana en el otro extremo. Revolvía la habitación por más de media hora pero sus intentos eran en vano. No encontraba nunca nada. 

Así que se mantenía lejos de él, guardándose las ganas de romperle su perfecta nariz para ella misma. Pero le era imposible ignorar su existencia, porque ahora Ashley alardeaba con las demás chicas del equipo de porristas que era la nueva conquista de Gerard. Hannah se preguntó que bajo había caído el concepto que la mujer tenía de sí misma, para estar feliz de ser la cueva donde el tren de Gerard Way jugaba. 

Patético, realmente patético. 

Su vida no había sufrido grandes cambios. Su relación con Alex iba por buen camino, nada distinto a lo que venían teniendo hacía casi dos años. No volvió a encontrar a su hermanito tomando alcohol y agradeció internamente eso. Su vida fue buena pero todo lo bueno llega a su fin, lamentablemente. En su interior se maldijo a sí misma, por su vanidad y deseos de tener un cutis perfecto. 

Esa cálida mañana de sábado, Hannah fue a la casa de los Way a devolverle a Donna una crema anti espinillas que le había prestado. Encontró a la adorable familia y al engendro que habían procreado tomando el desayuno. Le agradeció a Donna profundamente por la crema, porque había salvado a su nariz de convertirse en una tuna – por la cantidad de puntos negros que tenía – y evitando a toda costa mantener contacto visual con Arthur, hizo su salida triunfal hacia la salida 

Cuando estuvo a punto de tomar el pomo de la puerta, la voz de Donald la detuvo. A regañadientes volvió a la cocina y vio a su tío postizo con esa maldita sonrisa que conocía demasiado bien. Sus padres y los Way tenían alguna extraña fascinación en hacer que Gerard y Hannah pasen el mayor tiempo posible. Creen que tal vez así, todo el odio que sienten puede ser revertido y esa energía la volcarían al otro de una forma sexual o romántica. 

Están muy equivocados, jamás podría pasar algo así entre ellos. 

Donald le pidió si podía acompañar a su hijo a buscar un paquete a Middle Township, que queda a unos 200 km de Belleville. Al principio se rehusó diciendo que tenía mucha tarea, sin embargo, le dio el gusto. Había algo en los Way que hacía que no se pudiera negar. 

Iremos en mi auto. - Dijo ella y por primera vez en casi tres semanas, Gerard le dirigió la palabra.
Estás loca. Acabo de sacar mi auto del taller y lo quiero usar. 

Así que terminó internada en el auto de Gerard, con 40º de calor y el aire acondicionado averiado. 

Por lo menos cumplió parte de su mayor fantasía. Escuchó Black Hearts (on Fire) de JET en la radio, mientras conducía junto a un hombre en las calurosas rutas de Norteamérica. Su sueño original era recorrer las carreteras de California, con el viento rozando su cabello en un Corvette rojo de los 70 y una versión de Clint Eastwood del nuevo milenio – tantas películas western durante sus noches de insomnio la habían traumatizado -  a su lado. 

Pero no recorría la carretera de California, sino una totalmente desolada de Nueva Jersey. No estaba en un corvette rojo con el viento rozando su cabello, sino en un Volkswagen Gol del 2006 con el aire acondicionado averiado. Y definitivamente su acompañante no era el Clint Eastwood del nuevo milenio, sino el adefesio de Gerard Way que continuamente le lanzaba miradas llenas de odio. 

Suspiró por lo menos había escuchado su canción favorita en la radio. 

Las horas comenzaron a pasar y agradeció que sólo faltaban unos 50 kilómetros para que el viaje terminara. Lo único que se escuchaba era una radio local, que pasaba música rock ya que no se dirigieron la palabra en todo el trayecto. Aún seguían demasiado cabreados como para mantener una conversación. 

De pronto, la satisfacción de que estaban llegando terminó cuando vio a Gerard con una mueca preocupada. 

—¿Qué sucede? - Le preguntó.
—Estoy teniendo problemas para conducir. Va a ser mejor que nos detengamos. 

Y apenas aparcaron en la cuneta, del capó comenzó a salir un cúmulo de humo. 

Así fue como terminaron en esa situación. Gerard observó la hora en su nuevo celular – el otro no volvió a funcionar – y suspiró a su lado.

—Te dije que no viniéramos con tu auto. El mío estaba en perfectas condiciones. - Replicó Hannah luego de varios minutos en silencio. Gerard, a su lado suspiró, cansado de que su vecina le echara la culpa de todo. 
—El mío también, - objetó golpeando el volante y luego, en un susurro agregó. -  o eso supuse. 
—Gerard, lo acababas de sacar del taller.
—Por eso supuse que estaba bien.
—Arthur – odió el cambio de tono y cómo lo había llamado por su segundo nombre. Eso sólo lo hacía cuando estaba extremadamente enojada. - está saliendo humo del capó y en cualquier momento el auto explota. Dudo que esté bien.  
—Lo sé, pero regañándome no arreglarás nada. ¿Sabes? Si dices algo que pueda contribuir con la situación, la escucharé, sino, haré oídos sordos a todo lo que digas. 
—No es la primera vez en el día que haces oídos sordos a lo que te digo. - Replicó, recordando la discusión que tuvieron antes, al decidir que auto debían tomar. - Además, estoy enojada y el único ser vivo a mi alrededor eres tú. Y debo agregar que eres la fuente de mi ira, así que estoy en todo mi derecho de agarrármela contigo.

Gerard no contestó. Sólo bufó y salió del auto, cerrando la puerta de un portazo. Hannah no se movió ni un centímetro, era un problema en que él los había metido así que debía encontrar una manera de sacarlos de allí. Rodeó el auto y levantó el capó. Pudo ver como salió mucho más humo  y como Gerard tosía ahogado. Lo perdió de su campo de visión, así que reclinó el asiento y se recostó observando el techo, abanicándose con una revista Playboy que encontró en la guantera de Gerard. Sólo deseaba que la cafetera que tenía como auto no se hubiera fundido porque sino iban a tener que pasar la noche allí. 

—Hannah... - La llamó con su cabeza aún metida en el motor.
—¿Qué rayos quieres? - Gruñó. 
—¿Podrías ser un poco más dulce? No tengo un buen día y mucho menos lo será si me estás gritando cada vez que puedes. 
—¿Necesitas algo mi terroncito de azúcar? - Preguntó con una voz extremadamente melosa. - ¿Que puedo hacer para hacerte feliz caramelito? 
—Dejar de existir, pero debido a que eso no es posible... ¿Puedes alcanzarme la caja de herramientas princesa?

Hannah bufó y se dirigió al baúl para buscar la pesada caja de herramientas. El sol le pegó en la piel con demasiada intensidad que pensó que iba a incendiarse. Gracias a dios tenía unos shorts de Jean y una camisa sin mangas, pero por un momento, se sintió mal por Gerard. Él tenía puestos unos pesados jeans negros y una camisa de los Misfits del mismo color. Se debe estar derritiendo. 

Sin embargo, cuando llegó a la parte delantera del auto, se quedó sin habla. Eso realmente no se lo esperaba y su estómago se contrajo. Gerard aún tenía la cabeza metida observando el motor, pero su torso estaba desnudo y tenía su amplia espalda para su deleite. Gerard no es el típico musculoso ni tampoco un flacucho desgarbado. No, tenía el cuerpo perfecto de un adolescente que se pasaba horas y horas entrenando taekwondo. Su espalda estaba delineada y el sudor causado por el calor la cubría. Se irguió y la mirada de Hannah cayó sobre sus amplios hombros, sus pectorales y los abdominales débilmente marcados. Pero fueron sus brazos los que le llamaron la atención. 

Su exploración terminó cuando escuchó a Gerard lanzar una carcajada. 

¿Puedes dejar de comerme con la mirada?

Y se sonrojó furiosamente aunque no porque la había descubierto observándolo, sino porque tenía el descaro de burlarse de ella. 

—No te estaba mirando idiota.

Por primera vez en su vida, no supo que replicarle. No se le ocurrió ningún insulto inteligente porque su atención se dirigió a una mancha de grasa del motor en su mejilla. Su cabello caía sudoroso a un costado, y sus ojos parecían mucho más verdes bajo la luz abrasadora del sol. Sus mejillas estaban levemente sonrojadas por el calor. Se quedó sin habla. Estaba... ¿guapo?

Sacudió lentamente su cabeza, quitando rápidamente esos pensamientos. Ashley y su obsesión la habían traumatizado. Si, seguramente sería eso. 

—Ok Fonzie... - comentó rápidamente cambiando de tema y su sonrisa de ganador cayó rápidamente al escuchar el sobrenombre de Hannah. - ¿qué es lo que tiene el auto?
—Vuelves a llamarme otra vez así y juro que haré un molino de viento con todos tus huesos. - Dijo entredientes, sacando una llave inglesa de la caja. 
—Inténtalo. Tú y tus sentidos de supervivencia no te sacarán solos de aquí. - Gerard bufó, porque sabía que tenía razón. Por más molesta que fuera, a veces tenía buenas ideas y era un mal necesario. - Entonces, ¿qué tiene?

Esta vez Gerard suspiró, rascándose el cuello y frunciendo el ceño. 

Oh no, mala señal. 

Eso sólo lo hacía cuando estaba a punto de decir algo malo. 

—Creo que el motor se fundió. 

Mierda. ¿Qué había hecho para merecer eso?



***



El reloj marcó las 4 de la tarde y el sol estaba en pleno apogeo. Sabiendo que los pocos conocimientos mecánicos de Gerard no los iban a llevar a ningún lado, se sentaron en el auto esperando a que algún alma caritativa pase por allí y les de un aventón hasta Middle  Township. Pero en esas tres horas que estuvieron sentados, no pasó ni siquiera una bicicleta. ¿Quién querría salir con ese calor? El cuero de los asientos se pegaba a sus cuerpos sudorosos y eso sólo hacía aumentar su malhumor. 

Estaban atrapados. 

No dijeron nada en todo ese tiempo. Parecía que el tratamiento de silencio iba aumentando más y más con el correr de los minutos. De repente Hannah observó el espejo retrovisor y salió pitando del auto, en dirección a un camión que se dirigía hacia Middle Township.  

—¡Espere! - Gritó con todas sus fuerzas pero no paró. - ¡Maldito idiota analfabeto!

Se quitó una zapatilla y la lanzó en dirección al camión, aunque ya estuviera muy lejos como para pegarle. Se sintió estúpida y un nudo se formó en su garganta. Quería llorar por la frustración y por no poder hacer nada para salir de allí. Para empeorar su ánimo, escuchó la insoportable risita de Gerard que se encontraba apoyado en el capó del auto con sus brazos cruzados sobre su pecho. 

—¿De qué te ríes idiota? – Gruñó tomando su zapatilla y colocándosela nuevamente. 
—De tí. 

Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Se acercó peligrosamente a él y estrelló su mano contra su rostro, haciendo que su cabeza se gire unos 90º hacia la derecha. Había algo en Gerard que sacaba a relucir sus peores instintos. La alteraba, volviéndola violenta, idiota e irritable. Gerard se llevó una mano a su mejilla izquierda, calmando el calor y el picor que la mano de Hannah había dejado. 

—¿Qué mierda te sucede bruja? – Gritó furiosamente, pero ella ni se inmutó. Sólo lo observaba con ira impregnada en sus ojos.
—Tú sabes lo que me sucede. Estoy atrapada aquí con la reencarnación inútil y subnormal de Benedict Arnold* por quién sabe cuanto tiempo y lo único que haces es burlarte de mí. Tu actitud imbécil no nos sacará a ningún lado Arthur. 
—Esto no es sólo porque estamos en el medio del desierto. – Espetó alzando los brazos. - Benedict Arnold, ¿huh? ¿Ahora yo soy el traidor? ¿Y qué me dices de tú? No eres una samaritana, estabas a punto de delatarme. 

Hannah sólo lo miró. Tenía demasiada rabia dentro de ella. Eran muchas cosas contra él que venía acarreando por años y que ahora empezaban a salir a flote. 

—Oh, claro. Ahora soy la mala de la película, ¿verdad? Hannah siempre tiene la culpa, Hannah es la loca, Hannah es la que tiene problemas de ira, Hannah, Hannah. Dime Gerard, ¿quién arruinó el video que pasaron en la fiesta de mis 16 diciendo que yo cobraba $5 la hora? 
—¡¿Quién le dijo a la chica con la que estaba saliendo que yo era un psicópata que miraba a las mujeres cambiarse con unos binoculares desde mi ventana?!
—¡¿Quién metió una cucaracha en mi sándwich?! 
—¡¿Quién me empujó desde la casa del árbol cuando teníamos 6?!
—¡¿Quién mató a Memphis?! 
—¡¿Quién se burló de mí junto a sus amiguitos durante todo el primer año porque era gordo?!

Ambos se callaron. Gerard ahora miraba hacia abajo y su pecho subía y bajaba con violencia. Tenía los puños cerrados a su costado y Hannah pudo ver como sus nudillos se ponían blancos. 

¿Conoces ese sentimiento de saber que la haz cagado? Así exactamente se sentía Hannah. Un pequeño golpe en el pecho y las mejillas enrojeciéndose, sus ojos viendo como Gerard se alejaba para sentarse en un tronco que había al lado de la carretera. Se quedó allí parada, sin saber como disculparse. La culpa y el remordimiento la estaban carcomiendo, ahora entendía todo. Ella había sido la razón por la que Gerard estuvo tan preocupado por su peso durante los primeros años de la secundaria y que lo había llevado a deprimirse e ir al psicólogo. Tragó saliva y se sentó en el capó del auto, mirando desde la distancia como Gerard desaparecía de su vista. 



***



Gerard observaba a su amiga desde lejos. No parecía la niña que había jugado a la pelota con él en las últimas vacaciones de verano, cambió mucho en menos de un año. Ya no usaba sudaderas del doble de su tamaño, ahora eran remeras ajustadas que comenzaban a mostrar su cuerpo en desarrollo. Los pantalones caqui fueron reemplazados por polleras cortísimas y leggins. Gerard suspiró, sólo quería a su amiga de vuelta. Ahora sólo lo ignoraba, ni siquiera un golpe o un insulto indefenso. Sólo miradas rencorosas y comentarios hirientes. 
Tomó su mochila de los Power Rangers y comenzó a dirigirse a su próxima clase. Pasó por el lado del grupo de los niños “populares”, los nuevos amigos de Hannah. Trataban mal a cualquier niño diferente, ya sea gordo, femenino o nerd; nadie quedaba libre de sus burlas. Y Gerard no era la excepción. El bullying contra él era casi diario, y podía ir desde algo simple como un insulto, o hasta golpearlo y dejarlo con la nariz sangrando. 

—¡Oye gordo! - Gritó uno de ellos, Alex Edwards a sus espaldas. - Aquí tienes un poco de comida.

Un plato lleno de fideos calló sobre su cabeza. Escuchó muchas risas a su alrededor pero esta vez, hubo una familiar. Junto con Alex, estaba Hannah riéndose de él. Las risas se repetían como ecos en su mente mientras Gerard corría rápidamente al baño con lágrimas en los ojos. Los insultos o risas burlistas de Hannah nunca le dolieron tanto como esta vez. Esta vez fue una risa maléfica y la primera burla cruel de muchas. 

Apenas podía ver adelante de él, ya la noche había caído sobre Nueva Jersey. Estaba cansado, tenía frío, hambre y sed. Su trasero le dolía por haber estado sentado en ese tronco por tantas horas, pero se negaba a volver al auto donde estaba Hannah. 

Estuvo todo ese tiempo recordando cada una de sus burlas. No le importaba que Alex Edwards se burlara de él, ni Spencer, ni nadie de ese grupo de retardados; pero las palabras de Hannah aún dolían como en aquél momento. 

Porque cambió demasiado sólo para demostrarle que no era el gordito nerd que fue hacía unos años. Gracias a sus palabras venenosas se transformó en Gerard Way, el casanova del colegio, que podía tener a quien quisiera bajo sus pies. 

Menos a Hannah. Porque sabía que jamás sería lo suficientemente bueno para ella. Rió amargamente y encendió un cigarro. 

—¿Puedo sentarme contigo? - Dijo Hannah a sus espaldas.

Él no contestó. Estaba enojado no sólo con ella, sino con él mismo; por dejarle ver que sus palabras lo afectaron más de lo que demostraba. Aunque, algún día se tenía que enterar, ya era lo suficientemente grande y maduro para poder decir de frente las cosas que le molestaban. 

—Lo siento. - Habló luego de unos segundos.

Gerard rió. Le costaba creer que la situación era cierta y no una alucinación producto del hambre. Pero allí estaba Hannah Iero sentada a su lado, encogiéndose por el frío y pidiéndole perdón. La vida a veces lo sorprendía. 

—No te rías. - Se defendió ella. - Sabes como me cuesta pedir perdón y... no lo sé, siento mucho haberte hecho sentir mal. En serio Gerard, nunca fue mi intención. A veces creo que te tomas todo muy a la ligera, porque así lo haces parecer, pero ahora me doy cuenta que no. Y era una idiota, soy una idiota en realidad, pero antes era más idiota. Y en serio, nunca quise herirte así. Sé que sufriste mucho y tuviste el autoestima muy bajo y ¡todo por mi culpa! Soy una imbécil. ¿Me perdonas? 

Volvió a reír, pero esta vez por el chorro de palabras que salieron de su boca sin detenerse un minuto. Hannah se agitó a su lado, y respiró fuertemente cuando terminó su disculpa. 

—Gerard, en serio, no te rías. - Manifestó y se cubrió las manos avergonzada, lo que hizo que él riera más. - Eres un idiota. 

Se levantó de su lado con la ira nuevamente aflorando en su cuerpo. ¿Cómo se atrevía a reírse cuando ella se estaba disculpando? Había dejado atrás su maldito orgullo y pensó cuidadosamente las palabras que diría para que la perdonara, porque la culpa la estaba comiendo. Y ahora el imbécil se reía de ella. 

Sin embargo, sólo logró hacer un paso porque sintió cómo dos fuertes brazos la tomaron de la cintura y quedó sentada encima de sus piernas. Se incomodó, por el repentino acercamiento pero el enojo que sentía era mayor que cualquier otra cosa. 

—Me río porque eres tan malditamente orgullosa Iero. - Dijo con una sonrisa. - Y sí, te perdono, aunque no entendí lo que dijiste porque fue demasiado rápido, pero te perdono. 
—Eres un idiota Arthur. - Dijo ella, pero no fue un insulto, sino su extraña forma de demostrar cariño. - Vamos al auto, me estoy congelando. 

Ambos se parando, dejando su extraña pose y en silencio se dirigieron al auto. El aire estaba frío, y se sorprendieron de la gran amplitud térmica que había entre el día y la noche. 

—Gerard. - Hannah llamó su atención cuando ya estaban en el auto. Habían cerrado las puertas con seguro, sólo por si acaso.
—¿Hmmm? 
—Creo que deberíamos hacer las paces... ya sabes. 

Gerard abrió los ojos, aunque no pudo verla por la oscuridad. Definitivamente estaba en un episodio de Dimensión Desconocida*. Se imaginó el opening de la serie, con el tétrico piano y luego la voz en off que decía: “Estamos viajando hacia una dimensión distinta a la del mundo de la visión y del sonido,el reino maravilloso de la imaginación. La dimensión desconocida” 

Pero eso sería demasiado maravilloso para ser cierto. 

—¿El sentimentalismo de nuestra charla te tocó el corazón o estás haciendo todo esto porque estás segura de que vamos a morir atrapados aquí?
—Eres un idiota. - Espetó, y pudo ver en la oscuridad como giró su cabeza para mirar por la ventanilla. - Nunca me tomas en serio. 
—¿Vamos a volver a pelear? - Preguntó con cansancio. - Hannah fue un chiste porque me extraña que estés tan... ¿Por qué eres tan buena conmigo? Me odias, se supone que tienes que ser mala.
—Yo no te odio. - Contestó. - Es que a veces te pones en pesado y molesto, y generalmente no tolero a casi nadie; menos a tí, que tienes un poder especial para ponerme de mal humor en menos de un minuto. 
—Claro, no me odias. - Rodó sus ojos con sarcasmo. 
—No te odio, pero digamos que no me emociona mucho que respires... - Se burló, pero al ver que Gerard no rió volvió a su tono neutral. - En serio, no te odio. Por eso quiero que hagamos un acuerdo. Te conozco desde hace más tiempo que a nadie, incluso que a Brittany y todo ese tiempo estuvimos haciendonos la vida imposible. Y sé que mucho de lo que dijimos nos dolió. Además hay que agregar que alguna vez vamos a terminar en el hospital. 
—Buen punto. - Contestó. - Extrañaré pelear contigo, pero supongo que me acostumbraré. 
—Por el momento, tratemos de evitar cualquier tipo de violencia verbal o física. 
—De acuerdo.

Gerard apretó un botón de su reloj de muñeca y la luz azul se prendió. Ya eran las 10 de la noche y considerando de que aún nadie fue a rescatarlos, deberían pasar la noche allí. 

—Tendríamos que dormir. 
—¡Pido el asiento trasero! 
—Está bien. Yo no entro allí, tú si pequeño gnomo. - Se burló Gerard y Hannah rió con él. No le cayó mal el insulto, al contrario, sabía que no lo hacía de mala manera. 
—Idiota.

Estuvo a punto de ir a la parte trasera del auto, cuando un resplandor delante de ellos los alumbró. Se observaron sorprendidos y salieron rápidamente del auto, parándose al lado de la ruta y haciéndole señas a un camión de cargas. Por suerte, el conductor paró y bajó la ventanilla. 

—¿Sucede algo niños? -  Preguntó el chófer jovialmente.
—Se nos quedó el auto esta mañana – Comenzó a hablar Gerard. - Y no tenemos señal en nuestros celulares, ¿nos podrá dar un aventón hasta Belleville?
—Claro, suban.

Agradecieron y Gerard se alejó para cerrar el auto con llave. Luego mandaría una grúa del seguro para que lo vinieran a buscar. Ambos subieron al camión con una sonrisa en la boca. Por una extraña razón se sentían en paz, sabiendo que estarían en sus casas en unas horas y porque por fin, habían logrado apaciguar la violencia en su relación. 

Tal vez los intentos de los adultos para forzar su relación habían surtido efecto. Tal vez era el inicio de una gran amistad. Tal vez esa amistad podría forjar algo más. 

Tal vez, tal vez. Todo eso se verá cuando el tiempo ponga sus manos sobre ellos. 



* Benedict Arnold: fue un general estadounidense, que se pasó al bando británico durante la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos.
* Dimensión Desconocida:  Serie de la década del 60 que trataba temas sobrenaturales. 

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X.Primera Parte: Hey girl, is he everything you wanted in a man?

Samantha Waldorf jueves, 22 de diciembre de 2011
X
Primera Parte

Ese día no tenia ganas ni siquiera de cambiarse su pijama pero aprovechó que su castigo se había levantado y salió a recorrer las calles de Nueva York. Así que en ese momento se encontraba sentada en un Starbucks a una cuadra del Empire State tomando lentamente su frapuccino. Notó que varias personas del lugar la habían reconocido por más de que tuviera unas enormes gafas de sol y una capucha cubriéndole la cabeza, sin embargo, ni las miradas de reconocimiento ni los paparazzis que se habían agolpado a la salida para sacarle una foto le incomodaron. 

Su cabeza estaba muy lejos con demasiadas cosas en que pensar. 

Algo que agradecía era que jamás pensaba las cosas antes de actuar, y si lo hacía, no escuchaba los pro y los contra que su mente gritaba. Simplemente procedía a lo que su corazón dictaba sin importar las consecuencias. La frase “Pienso, luego existo” no iba con ella. 

No obstante, en ese momento se encontraba observando los diferentes matices de grises que tenía la mesa del local tratando de aclarar su mente. Su cabeza era un completo caos y lo único que deseaba era que alguien la guiara. Pero como siempre, estaba metida en un formidable desastre en el que sólo ella podría encontrar la manera de salir. 

Su celular vibró sobre la mesa y la pantalla se iluminó mostrando que había recibido un mensaje de Frank. No lo leyó y tocó una de las teclas para que dejara de sonar. Su novio había intentado comunicarse con ella de cualquier manera pero Sam rechazaba sus llamadas, borraba sus mensajes e ignoraba sus tweets. Necesitaba tiempo para pensar. 

Comenzó a relatar en su cabeza, como si estuviera hablando con alguien más, los acontecimientos anteriores y cómo había hecho para terminar entre dos hombres y un padre exigente que quería vender a su hija por dinero. 

Mierda, la vida si que era extraña. 

No sabía que hacer con Frank. Le gustaba demasiado y podría aventurarse a decir que lo quería, pero la triste realidad era que no compartían nada en común. Ni el mundo en el que vivían, ni los mismos gustos. Lo único de lo que hablaban era sobre como odiaban a la sociedad de hoy en día y lo ridículos que eran los miembros del Country Club. Ni siquiera podían tener una charla civilizada sobre lo que sentían. 

En ese momento Sam tomó un fuerte trago de su café con furia, advirtiendo que era una niñata idiota que aún esperaba ese hombre perfecto en el que podía confiar plenamente, tener largas charlas hasta la madrugada y con el que podrían dormir acurrucados. Alguien que la cure cuando esté herida por los golpes de la vida y que la abrace y le asegure que todo está bien. Creyó que ese hombre era Frank, sólo porque había sido la relación más “estable” que tuvo y porque representaba todo lo que quería ser, alguien que se oponía a lo que la aristocracia new yorkina. 

Sin embargo, había muchas cosas que anhelaba y que no encontraba en Frank, pero sí en Gerard

Gerard era todo lo que deseaba y necesitaba. Él intentaba demasiado que Sam abra su corazón aunque para ella fuera imposible. La hacía sentir tan malditamente bien, tan protegida y querida, por más de que lo conociera desde hacía unas pocas semanas. Pero lo que más odiaba era que él era capaz de leerla como un libro, podía ver a la Sam débil que por tantos años había intentado esconder.  Cada vez que Gerard la miraba sentía como su alma quedaba desnuda y desprotegida, lista para que hiciera lo que quisiera con ella. 

Por un lado, Sam anhelaba gritar a todo pulmón que estaba destrozada por dentro y que necesitaba ser reparada. Sin embargo, por el otro, su orgullo y soberbia no dejarían que eso sucediera y la farsa que venía acarreando desde que tenía memoria seguiría en pie por los siglos de los siglos. 

Además, ¿quién podría amar a alguien débil como ella? Gerard no, por lo que debía asegurarse de seguir siendo la Sam que pintaban los tabloides: segura de sí misma, que no le importaba nada y que jamás se dejaría vencer. Aunque había algo en la actitud de Gerard para con ella que la obligaba a ser la verdadera Sam que escondía de todos.

El rostro de su padre en la oscuridad aquella noche que volvió de la mansión de los Way apareció en su mente junto con las palabras que dijo: “Sólo sé tú misma Samantha. Gerard se enamorará de tu sinceridad, no de alguien que pretendes ser.” Sin embargo, su cabeza seguía gritando que estaba muy equivocado. 

—Esto es un completo desastre. - Murmuró para sí misma.

Su teléfono volvió a sonar pero esta vez el nombre “John” apareció en la pantalla. Sam bufó por lo bajo y lo contestó sin muchas ganas. 

—¿Qué sucede John? - Preguntó haciendo burbujas con el sorbete de su frapuccino.
—Tenemos que hablar sobre nuestro plan. - Su voz dura la sorprendió. - ¿Estás en los Hamptons o en la ciudad?
—Estoy en Nueva York. - Contestó dejando una propina sobre la mesa y saliendo del local rápidamente, siendo perseguida por varios paparazzis. - —¿Estás en el hotel? 
—Si. Te espero. 

Y sin decir más, su padre cortó. Sam se apresuró a meterse en el carro sin antes lanzarle improperios a los fotógrafos y aceleró a fondo. Por suerte, el hotel principal de los Waldorf quedaba a unas pocas cuadras de donde se encontraba. Dobló la esquina y pudo ver el imponente edificio que se alzaba frente a ella. Aparcó en el estacionamiento subterráneo y tomó el ascensor para llegar al vigésimo piso donde se encontraba la oficina de su padre. 

—Buenos días señorita Waldorf. - La saludó una de las secretarias.

Sam no la miró ni le devolvió el saludo. Se coló en la oficina donde encontró a su padre hablando con el Señor Baltimore, su mano derecha. Ese hombre le causaba repulsión porque parecía comerla con los ojos cada vez que ella entraba a la habitación. 

—John, señor Baltimore. - Dijo asintiendo. 

Pudo notar la mirada morbosa del señor Baltimore clavada en su cuerpo pero ella mantuvo la suya al frente. Ese hombre le daba escalofríos. 

—Bueno, creo que sobro aquí. - Dijo él y se levantó de su asiento dándole un apretón de manos a John. - Nos vemos mañana y es un gusto verte Samantha. 

Ella sólo sonrió fingidamente cuando el señor Baltimore pasó a su lado. Su padre la observaba con las manos entrelazadas encima del escritorio. Detrás de su espalda había una enorme ventana que mostraba Nueva York en toda su extensión. Se sentó en la silla frente a él y esperó a que hablara. 

—Te llamé porque debemos arreglar algunas cosas si queremos seguir con lo que te propuse. - Comenzó John. - Recuerda que no sólo está en juego tu emancipación sino también la empresa entera. ¿Entiendes eso?
—Comprendido. 
—¿Sabes que Iero estorba en nuestro plan? 
—Lo sé. - Contestó. Por mucho que quisiera negarlo, sabía que jamás podría estar con Gerard si Frank estaba en el medio. 
—Deberás terminar con Iero si quieres que prosigamos con esto. - Sentenció sin pelos en la lengua. 
—No pensé que aceptar enamorar a Gerard debería interferir en mi vida romántica. 

Por mucho que odiara decirlo, se esperaba algo así. Que haya aceptado la propuesta de John le daba todo el derecho de decidir si debía seguir o no con Frank. Y John tomaría cualquier oportunidad que tuviera para deshacerse de su yerno. 

—Son las reglas Samantha. Además no podríamos proseguir con esto si tú aún sigues con el vago de tu novio.
—No hables así de él. - Espetó Samantha levantándose dispuesta a irse. - Que haya aceptado no te da ningún derecho a decidir sobre mi vida John. Si dejo o no a Frank será mi decisión. Eso no afectará mi relación con Gerard, te lo puedo asegurar.

Los demás empleados que se encontraban en el lugar no se sorprendieron cuando Sam salió hecha una furia de la oficina de John. Siempre que él la citaba para hablar, Sam salía echando humo por las orejas. No le prestó atención a las miradas de los empleados y tomó el ascensor para buscar su auto. 

Respiró fuertemente cuando sintió el tapizado de su BMW. Odiaba con toda su alma que su padre intentara controlar su vida. Estaba harta de hacer lo que él quería y por mucho que odiara aceptar que John tenía razón, la rabia que sentía en esos momentos hizo que se quisiera aferrar aún más a Frank. Suspiró cuando tomó su celular y comenzó a leer los mensajes de su novio. Muchos de ellos le pedían perdón y que por favor le contestara pero hubo uno que le llamó la atención. 

No sé que te sucede, en realidad creo que lo sé pero no quiero aceptarlo. Pero me gustaría que estuvieras conmigo en el último concierto del tour. Es en Vodoo el martes a las 9 de la noche. Espero que vengas

Ese mensaje le rompió el corazón y observó su reloj. Eran un poco menos las 9 de la noche del martes, así que agradeció leer el mensaje a tiempo. Encendió el motor de su auto y se dispuso a dirigirse al concierto.



***



El olor a sudor y a otras hierbas inundaba el ambiente. Estaba acostumbrada a ir a ese tipo de clubes pero el constante contacto con personas desconocidas que saltaban al ritmo de la música la ponían nerviosa. Encontró un pequeño rincón al costado del escenario en el que podía observar el concierto tranquilamente. Intuyó que Frank sabía que ella estaba allí, porque notaba que cuando cantaba a veces miraba en su dirección. 

Se sentó encima de unos bancos que estaban en un nivel más elevado que la platea y se dedicó a observar el concierto. Ya cuando estaba llegando a su fin distinguió entre la multitud una figura que le pareció conocida. Tal vez estaba equivocada, pero se acercó para ver si se trataba de él. ¿Qué hacía en un concierto de Leathermout? El hombre le daba la espalda y estaba hablando con otros dos hombres.

—Gerard. - Lo llamó cuando llegó allí. - ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Me estás siguiendo?

Luego de que le preguntó lo último se sintió estúpida. Es obvio que no la estaba siguiendo ¡si ella apenas se había enterado del concierto media hora antes! Gerard creería que es una idiota. Las mejillas le comenzaron a arder y se sonrojó notablemente. 

Gerard se dio mediavuelta sorprendido al escuchar la voz de Sam y agradeció a todos los santos por como le estaba saliendo todo. Su plan inicial era ir al concierto, pedirle perdón a Frank por intentar besar a su novia y jugar al chico bueno por unos minutos para enfurecerlo. Algo sencillo que no contaba con mucha planificación. Sin embargo, encontrar a Sam allí lo hacía todo más entretenido. 

—Sam. - Contestó acercándose a su oído porque el fuerte sonido de la música no dejaba escuchar nada. - No te estoy siguiendo, pero lo puedo explicar. Unos amigos que no veía hacía mucho me invitaron a un concierto y como mañana tengo el día libre, acepté. Cuando llegué aquí me enteré que era de Leathermouth pero me quedé, porque pensé que sería bueno hablar con tu novio y aclarar las cosas. No te preocupes que no soy ningún stalker o pervertido.

Sam se enrojeció aún más pero las luces del lugar no dejaban que se mostrara. Gerard ahora le susurraba cosas sin sentido al oído para aminorar el ambiente pero esto sólo hacía que escalofríos recorrieran su columna vertebral por la proximidad de sus labios. La electricidad que recorría su piel la hizo sentir como una adolescente en plena pubertad cerca del chico que le gustaba. 

—¿Cómo está tu relación con Frank? - Preguntó Gerard a su oído nuevamente.

Sam tuvo que aclarar sus pensamientos antes de contestar. A cualquiera le resultaría incómodo hablar de su actual pareja con su próxima conquista pero había algo en Gerard que hacía que ella hablara sin inhibiciones. Nuevamente se recordó que no debía dejarlo entrar tan fácilmente, pero era muy tarde. 

—Mal. - Contestó suspirando. - Ese día en la fiesta del Country Club peleamos todo el tiempo. Después no volvimos a hablar.

Evitó el pequeño detalle de que ella fue en realidad la que evitó a Frank durante el resto del fin de semana. 

—Lamento haberte metido en este lío Sammy.

Sonrió sin saber que contestar. Sentía como su brazo quemaba bajo el tacto de Gerard. ¿Por qué la hacía sentir de esa manera? Ese era otro asunto que debía discutir con la almohada esa noche. 

—¡Samantha! ¿Qué rayos estás haciendo con este tipo?

Su atención ahora se dirigió a Frank quien lucía enfurecido detrás de ellos. Su cabello estaba sudado y aún tenía puesto el maquillaje que usó en el concierto. Tenía la misma mirada que aquella vez que los encontró a punto de besarse. Sin embargo, esta vez la ira fue mayor. 

—No es lo que piensas Frank. - Se apresuró a contestar. - Gerard y yo...
—No necesito más de tus excusas Samantha. - Su tono fue duro y enfurecido. - ¿Qué rayos está haciendo él aquí?
—Frank... - Lo interrumpió Gerard con voz firme. - Vine a hablar contigo. Sam y yo sólo nos encontramos de casualidad aquí. 
—Oh, de casualidad, ¿huh? - El sarcasmo reinaba en su voz mientras se iba acercando a ellos y su tono iba aumentando cada vez más mientras su ira se acrecentaba. - ¿No te cansas de humillarme Samantha? Ahora vienes con este tipo para engañarme en mis narices. Y yo que pensé que eras diferente. No sé porqué te quejas, eres igual a todos ellos; insensible, idiota, piensas que tienes todo el mundo a tus pies. Pero déjame decirte algo: tienes a todos a tus pies porque eres una puta, y no creo que él – señaló a Gerard con el dedo. - sea la excepción. 

Sam sintió como algo se rompía en su pecho. Podía aceptar que su padre le dijera eso, que los tabloides dijeran eso... pero escucharlo salir de la boca de Frank la destruyó completamente. Varias lágrimas comenzaron a caer de sus ojos y sintió unos pulgares secando sus mejillas. Dirigió su vista a Gerard quien le sonreía aunque esa sonrisa no llegó a sus ojos. Acarició su mejilla derecha y comenzó a acercarse peligrosamente a Frank. 

—Tú, maldito bastardo – Gerard enfurecido lo apuntó al pecho. - No vuelvas a llamarla así, ¿me escuchaste?

Y todo sucedió muy rápido. Gerard le lanzó un puñetazo que hizo que Frank girara la cara por la fuerza de su golpe. Él se recompuso rápidamente y se lanzó encima de Gerard golpeándolo salvajemente. Sam sólo atinó a gritar pero sabía que si se metía entre ellos terminaría lastimada. Los compañeros de banda de Frank y los amigos de Gerard se acercaron para separarlos pero no fue necesario porque Gerard se levantó antes y le pegó una patada en el estómago a Frank, quien aún yacía en el piso. 

—Agradece que fueron sólo unos golpes. – Gritó Gerard cuando Frank se levantó despacio sosteniéndose la barriga.

Sam se paralizó unos momentos por todo lo que estaba sucediendo. Frank sólo tenía un cardenal rojo que empezaba a tornarse morado en la mejilla, mientras que Gerard tenía la nariz sangrando y un corte en la nariz. No quería acercarse a Frank, pues aún estaba molesta por lo que había dicho, así que se conformó con saber que no estaba herido gravemente. Gerard, por el otro lado, no podía parar la hemorragia de su nariz así que Sam lo tomó de la mano y lo sacó del club. No se atrevió a observar a Frank antes de salir. 

—¿Viniste en tu auto? - Preguntó Sam buscando las llaves del suyo en su cartera.
—No. - Contestó simplemente Gerard tapándose la nariz con la manga de su camisa. - Me trajeron unos amigos. 

Sam asintió y le abrió la puerta de pasajeros, aunque él insistiera repetidamente en que podía manejar. Ella se dirigió al baúl donde tenía un maletín de primeros auxilios que llevaba siempre por las dudas. Obligó a Gerard a mantenerse con la cabeza hacia atrás y con algodones en sus fosas nasales mientas conducía varios kilómetros hasta que salieron de la congestión de Manhattan y se detuvieron al costado de la ruta que los llevaba hasta los Hamptons. 

—Qué lástima, era mi camisa favorita. - Bromeó Gerard para aminorar el ambiente al ver que su camisa estaba toda llena de sangre pero Sam no sonrió.

Grabadas en su cabeza estaban las palabras de Frank y el nudo en su garganta amenazaba con que las lágrimas estaban por salir. Respiró hondo y se giró frente a Gerard que la observaba preocupado. Rehusó su mirada y tomó el maletín para comenzar a curarle el golpe del labio. Tomó un pedazo de algodón y lo roció con agua oxigenada para desinfectar la herida. Quería esconder todos los pensamientos detrás de su mente. 

—Probablemente esto arda. - Dijo con la voz entrecortada.
—Está bien. - Contestó Gerard. 

Podía sentir la mirada de Gerard examinándola mientras pasaba lentamente el algodón por encima de su labio inferior. Las manos le temblaban ligeramente y trató de concentrar lo más que pudo su atención en la herida, ignorando lo cerca que él estaba. Podía sentir la respiración de Gerard chocar contra sus dedos y por mucho que lo ignoró, sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo. Maldita sea, odiaba que le atrajera tanto. 

—Ya está. - Contestó. La hemorragia de su nariz también había parado.

Ninguno de los dos dijo nada cuando Sam arrancó el auto. Tenía su atención concentrada en la carretera pero podía ver por el rabillo del ojo que Gerard a veces le lanzaba miradas preocupadas. No hablaba pero no quería decir que estuviera pensando en lo que Frank dijo anteriormente. Intentaba evitar pensar en eso, lo dejaría para más tarde cuando estuviera sola en su habitación y pudiera llorar tranquilamente. 

—No tiene idea de lo que dijo. - Dijo Gerard luego de casi dos horas en silencio.
—¿Qué? - Preguntó distraída. 
—Frank. - Contestó sacando su mirada de la ventanilla y dirigiéndola a Sam. - Si piensa eso de ti es porque verdaderamente no te conoce. 
—En eso tienes razón, no me conoce. - Sam le dirigió una rápida mirada. - Pero me conoce lo suficiente para decir eso de mí. 
—No. - Gerard negó con la cabeza. - Él conoce sólo a quien tu pretendes ser, no a la verdadera Sam.  

Sam no dijo nada y sintió como ese nudo en la garganta que intentó de ignorar durante todo el viaje volvía a crecer. Por el rabillo del ojo notó que Gerard estaba examinando su reacción. 

—¿Puedes dejar de mirarme como si fuera un hamster adentro de una rueda? No es divertido. - Dijo con un tono seco.

Gerard quiso decir algo pero se contuvo y dirigió su mirada a la carretera. 

—Ese idiota se merecía que lo dejara en coma. - Dijo sin mirarla. - No deberías estar con alguien que te trate de esa manera.
—¿Y qué sabes tú como me trataba Frank antes de que aparecieras? Todo esto empezó porque intentaste besarme. 
—Si, y deberías agradecerme. Tarde o temprano, ibas a conocer esa faceta de él. 

Sam agradeció porque pasaron junto al cartel que daba la bienvenida a los Hamptons y luces comenzaban a alumbrarlos. No contestó a lo que había dicho antes, pero si a algo que había dicho anteriormente. 

—Dices que Frank sólo conoce a quien aparento ser... - Comenzó sin quitar la mirada de la carretera. - ¿Y a quien conoces tú?
—A quien aparentas ser y una parte de tu verdadera yo. 
—Oh. - Sam se quedó sin palabras, esta vez lo observó y sus miradas se encontraron por unos segundos. - Y según tú... ¿quién es mi verdadero yo?

Preguntó esto último con cautela, esperando la respuesta de Gerard. Tenía sentimientos encontrados. Quería escuchar lo que Gerard pensaba de ella, esperando haberle dado una buena impresión pero a la vez no. Tardó unos segundos para contestar y cuando por fin habló, ya estaban frente a la mansión de los Way. 

—Una chica hermosa que está herida porque su vida no es lo que esperaba. Que por más de que intente hacer lo correcto siempre toma malas decisiones. Que hace todo lo que hace para vengarse de los que la lastimaron y que busca ser amada por quien verdaderamente es, y no por lo que demuestra. Que está harta de tener una sonrisa falsa en su rostro y que sólo quiere irse lo más lejos posible de aquí.

Sam se quedó sin palabras. Observó boquiabierta a Gerard, que tenía una mueca que no supo descifrar en su rostro. Se sintió desnuda bajo su mirada porque podía sentir como Gerard atravesaba sus ojos para llegar a su alma. Lo que más le aterraba era que la había descripto perfectamente y que le hizo darse cuenta de cosas que no había notado. 

—¿Cómo sabes? - Preguntó con un hilo de voz. Esta vez fue Gerard el que quitó la mirada y la dirigió al frente.
—Porque nos parecemos en demasiadas cosas Sam. - Luego de un minuto, volvió a tomar la palabra conectando sus miradas. - Jamás dejes que nadie diga cosas malas sobre ti. Ni Frank, ni los tabloides, ni tu padre. Eres hermosa por dentro y por fuera y no dejes que las palabras de alguien te diga lo contrario. 

Sam sonrió débilmente, aún sintiéndose desnuda y desprotegida frente a él. Gerard e acercó lentamente y besó su frente. 

—Es tarde y deberías ir a casa. - Dijo Gerard bajándose del auto. - Nos vemos...
—Oye Gerard, - lo cortó. - estuve pensando sobre lo que me dijiste de la Dark Horse Cup y creo que me gustaría participar. 
—Entonces creo que mañana llamaré a la oficina y dejaré todo a cargo de Harrison. Me tomaré unas pequeñas vacaciones. 
—Gracias por defenderme hoy. - Dijo antes de que se alejara. 
—No tienes porqué agradecerme.

Le guiñó un ojo antes de darse mediavuelta y entrar al portón que daba inicio a la residencia. Sam rió tímidamente y arrancó el automóvil, dejando la mansión Way a sus espaldas. Era impresionante como Gerard la puso de tan buen humor en tan sólo unos minutos. 

Sin embargo, lo bueno no dura para siempre. Su teléfono sonó anunciando que había recibido un mensaje de Frank en una gramática espantosa así que supuso que estaba borracho.  

Lo elegiste, verdad? Él es todo lo que quieres en un hombre?

Sam suspiró y lanzó su teléfono al asiento trasero. No quiso contestarle ya que la conversación con Gerard esa noche le había hecho ver las cosas de otra perspectiva. Sin embargo, se estiró lentamente para escribir la respuesta sin apretar el botón enviar. 

Si, él es todo lo que quiero.
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Fuego.

Samantha Waldorf domingo, 18 de diciembre de 2011 ,
La piromanía es un trastorno o enfermedad psicológica del control de los impulsos, que produce un gran interés por el fuego, cómo producirlo, observarlo y extinguirlo.



Y grita ¡Fuego!, mantenlo prendido ¡Fuego!



Caminaba alrededor de la casa como un león rodeando a su presa. En su mano, un tarro que impulsaba hacia delante y hacia atrás dejaba caer chorros y chorros de combustible. Sus ojos lucían ausentes pero un brillo extraño dominaba sus pupilas. Sus orbes color oliva lucían un fulgor maligno que conocía perfectamente. Una sonrisa de lado impregnada en su rostro aumentó al sentir el olor tan particular de la gasolina. Su sangre comenzó a correr velozmente por sus venas. Un sentimiento indescriptible lo embargó cubriendo cada terminación nerviosa de su cuerpo. 

Al llegar a la altura de la ventana de la habitación que ambos compartían, escuchó como su amado gemía un nombre que no era el suyo. Lo descubrió unos minutos antes, cuando llegó de trabajar y los encontró en su cama. En ese momento sintió como su mundo se venía abajo. Alguien más estaba besando sus labios, alguien más estaba reclamando su cuerpo y no era él. No dijo una palabra y salió de la habitación con lágrimas en los ojos. La tristeza fue reemplazada por la ira y minutos después sustituida por la anticipación de lo que iba a hacer. Así que se dirigió al garage y tomó varios barriles de combustible que guardaba para su auto. 

El fuego avivaba su alma, lo hacía sentir cosas que ninguna persona podría hacer en él. El único que podía hacerle experimentar sensaciones similares a lo que el fuego hacía el él es Frank, el fuego personificado. Tan pasional, ardiente, impulsivo, entusiasta. Gerard tenía una extraña y morbosa fascinación por él: buscaba encenderlo al tocar su cuerpo cuando se entregaban el uno al otro, observarlo cada minuto del día y como todo fuego alguna vez debía ser extinguido

Se alejó lo suficiente con el recipiente en sus manos haciendo un camino con la gasolina. Lo tiró a un lado, ya vacío y encendió un cigarro para aminorar la ansiedad. Cerró sus ojos disfrutando del sabor amargo que dejaba en su boca pero la impaciencia comenzó a hacer estragos en él. Con una sonrisa macabra dejó de caer su cigarrillo prendido y un camino de fuego comenzó a extenderse por el césped hasta rodear la casa. 

Escuchó gritos de Frank y su amante dentro de su casa, pero no le importó. El fuego de Frank debía extinguirse alguna vez, ¿y qué mejor hacerlo con llamas producidas por él mismo? 

- Adiós Frank. - Murmuró mientras el fulgor de las llamaradas que ahora cubrían completamente el lugar iluminaban su rostro. 



Y no lo dejes apagar. 
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V. You put it to me and now we’ll play my game.

Samantha Waldorf martes, 13 de diciembre de 2011
V



El sábado a la mañana fue un total desperdicio. La cabeza le dolía demasiado por lo mucho que había bebido la noche anterior así que se pasó la mayor parte del día en cama.  Cuando bajó al living su hermano la eludió durante el resto de la jornada para evitar el sermón que le daría por haber salido la noche anterior. Entonces, cuando divisaba a Hannah se colocaba los auriculares y ponía Slipknot al máximo volumen para evitar escuchar su voz chillona decir: “Frankie, quiero hablar contigo” 

Hannah dejaría eso para el domingo a la noche cuando cenaran en la casa de los Way. Hasta ese momento, disfrutaría de la relajación que produce el fin de semana, de salir con Alex y comer hasta reventar. Pero todo lo bueno acaba y de pronto se encontró frente a la puerta de los Way con una tarta de ciruela que había hecho su madre. A su lado Frank se movía nervioso e ignoraba su presencia como si ella no existiera. La puerta fue abierta por una sonriente Donna que los invitó a pasar.

Hannah se adentró en la vivienda que ya conocía de memoria. Entró al comedor donde ya se encontraban sentados los hermanos Way y Donald, y dejó la torta encima de la mesa. Echó un vistazo a Gerard, quien tenía su mirada sobre ella. Todos tomaron su lugar en la mesa. Hubo una charla amena entre los adultos pero entre los menores era algo totalmente distinto. Frank escondía su cara en el plato al comer mientras que Gerard y Hannah se lanzaban miradas de odio. Mikey sólo reía por lo ridícula que le parecía la situación.

La cena terminó. Hannah se quitó la servilleta que tenía sobre sus piernas, se limpió los costados de la boca y con una voz extremadamente dulce habló:

—Frank, Gerard, ¿puedo hablar con ustedes a solas?

Los adultos observaron con extrañeza como Gerard asentía con una mirada de odio impregnada en sus ojos y como Frank observaba al cielo pidiendo salvación. Los tres se dirigieron al patio trasero en silencio. Hannah iba detrás de ellos y sólo esperó a cerrar la puerta para lanzar la primera maldición. 

—¿Me puedes explicar que rayos estabas pensando cuando le diste alcohol a mi hermanito?
—¡Oye! – Gritó Frank. Su voz en pleno cambio a veces alcanzaba tonos demasiados agudos cuando gritaba. - ¡”Tu hermanito” tiene ya 15 años! 
—Pero sigues siendo mi hermanito. – Dijo ella apretando su mejilla. – Y no dejaré que un idiota descarriado te lleve por mal camino. 

Gerard sólo rodó los ojos cuando escuchó que lo había llamado “idiota descarriado” y Frank bufó por lo bajo. Sabía que su hermana lo amaba, pero a veces podía ser demasiado pesada. 

—Hannah, estás exagerando. – Dijo Gerard en un tono monótono. 
—¿Yo? ¿Exagerando? Perdóname Arthur, pero no fue muy agradable encontrar a Frankie en esas condiciones. 
—¡Frank! ¡Mi nombre es Frank! – Gritó nuevamente con los brazos elevados. Estaba harto de que su hermana lo trate como un niño pequeño.
—Y a mi no me llames Arthur, Violet.

Gerard le mostró una sonrisa sarcástica, sabía que había pegado en su punto débil al llamarla por su tan odiado segundo nombre. Hannah se hizo hacia atrás e indignada maldijo. 

—¿Cómo te atreves? Por lo menos mi primer nombre es mucho más actual que el tuyo, Gerard Arthur. 

Frank suspiró de alivio por dentro, agradecido que la conversación se había desviado. Ahora ambos discutían fervientemente por cual de los dos tenía el nombre más pasado de moda. 

—¡Basta! – exclamó su hermana. – Terminemos esto de una vez por toda antes de que te mate. Frank Anthony Thomas, le diré a mamá que Gerard te emborrachó. 
—¿Qué? – Gritaron ambos observándola pasmados. 
—Si le acusas a mamá yo le diré a papá que su hijita preferida metió a su novio en la alcoba anoche. 

Gerard y Hannah observaron sorprendidos al pequeño Frank, que había enterrado el miedo que sentía y que ahora se enfrentaba a su hermana mayor. Si ella le decía eso a su madre, no lo dejaría ni comprar goma de mascar a la esquina.

—¿Qué? ¿Cómo sabes eso?
—Tu habitación está junto a la mía y es traumatizante escuchar a tu hermana hacer… cosas. – Frank hizo una mueca de asco y Hannah se sonrojó notablemente. 
—¡Así se hace Frank! -  Gerard animó al pequeño Iero por el chantaje que le estaba haciendo a su hermana. 
—Está bien. – Aceptó Hannah. – Ninguno de los dos dice nada pero la próxima vez que te encuentre bebiendo con este bastardo le digo a mamá. 

Hannah salió por la puerta con la barbilla en alto, sin dejar ver que había sido derrotada por su hermanito pero sin antes gritar:

—¡Y no me olvidé de lo de Ashley, Arthur!


***



El maldito insomnio no la dejó dormir en casi toda la noche otra vez, así que al otro día sería una zombie con vida. Como pudo arregló su cabello y cubrió sus ojeras con maquillaje, aunque las grandes bolsas debajo de sus ojos fueron imposibles de tapar. A grandes zancadas entró al colegio  y lo primero que divisó fue al equipo de porristas. 

—¿Qué le sucedió a tu cara Hannah? - Exclamó Chloe cuando Hannah se reunió con ellas. Ese día no había entrenamiento por lo que podía largarse a su casa temprano, pero era algo crucial que todas ellas fueran vistas juntas. Eso representaba la “unión” de un equipo en el que en realidad reinaba la envidia y la vanidad. 
—No dormí bien anoche. – Contestó simplemente sin ánimos de lanzarle un comentario sarcástico. 

En el grupo de porristas abundaban la falsedad, todas eran “mejores amigas” pero a la hora de demostrar quien era la mejor todas harían lo imposible para destruir a la otra. Ashley Canson era el ejemplo perfecto de lo que significaba la falsedad. En esos momentos se estaba riendo disimuladamente de la mala apariencia de Hannah. Quiso golpearle la cara, pero recordó que debía descubrir que sucedía entre ella y Gerard así que sólo sonrió. 

—Oh Ashley, antes de que lo olvide. Tienes una espinaca en el diente. Sería genial si te los lavaras antes de dormir. 

Ashley dirigió su dedo hacia su incisivo derecho donde efectivamente, tenía una espinaca. Hannah le regaló una última sonrisa y tomó a Brittany de la mano para que la siguiera. 

—¿Me puedes explicar que fue eso? - Demandó mientras dejaban al grupo de porristas detrás.
—¿Qué cosa? -  El sueño la hacía pensar lentamente.
—Eso. Lo de Ashley. 
—Ah, eso. Ashley me cae mal, es hipócrita. 
—¿Segura que es por eso? - Preguntó Brittany alzando una ceja. 
—Claro, ¿por qué otra razón debería caerme mal?
—No lo sé, tal vez porque estás celosa. – Brittany rió intentando hacer una broma pero su amiga se mantuvo seria. 
—¿Celosa? B, son las 8 de la mañana, anoche no dormí bien, así que háblame claro. Siento que me perdí de algo. 
—Dicen que Ashley y Gerard están juntos secretamente. 

Hannah pegó un saltito y aplaudió exageradamente. Estaba feliz porque eso probaba que tenía razón, pero se sintió estúpida al no haberle preguntado a Brittany antes. Ella era la reina de los cotilleos, estaba presente en el momento y tiempo exacto y siempre se enteraba de todo antes que nadie.

—No entiendo porqué estás feliz. – Contestó ella extrañada. – Pensé que cuando te enteraras los insultarías y dirías que son unos idiotas. 
—Son unos idiotas, de eso no hay dudas. Pero yo sospechaba de que había algo entre ellos. Ayer la demente de Ashley me persiguió para hablar conmigo de algo, pero Gerard no quería que hablara con ella. Ahora todo tiene sentido. 
—¿Qué cosa tiene sentido? Me perdí Han. – Ashley frunció el ceño observando como su amiga divagaba en su mente.
—En realidad no, ¡nada tiene sentido! ¿Cómo puede engañar a Spencer con Gerard? ¡Es algo ilógico! - Exclamó Hannah pero Brittany se quedó callada. - ¿Tengo razón o no B?
—Si lo piensas bien... Gerard no está tan mal. Tal vez no es un orangután como los deportistas pero tiene buen cuerpo, lindos ojos, buen cutis. Envidio su nariz, es muy perfecta. Y no sé, tiene esa aura misteriosa de chico malo... - Brittany se calló cuando notó que Hannah no estaba más a su lado. 

Había parado su marcha una vez más, y exclamó un inmenso ¿QUÉ? Que hizo dar la vuelta a varios alumnos que pasaban por su lado. 

—¿Estás bien? Te caíste de la cama cuando naciste, ¿verdad? - Hannah tocó el rostro de su amiga con desesperación exagerada a lo que Brittany rodó los ojos. - ¿Estás demente? ¿Cómo puedes considerar atractivo a Gerard Way? Atractivo es Colin Firth, Chris Evans o Christian Bale, ¡NO GERARD WAY!
—Tú lo ves de esa manera porque lo conoces desde que era un gordito molesto, pero, los chicos crecen, los gorditos adelgazan y ahora tiene ese extraño sex appeal. 
—Tus palabras parecen no venir de ti, ¿no estarás pasando mucho tiempo con Chloe, verdad?
—Sólo soy sincera Han, Gerard Way es hot. Pero siento que nos estamos perdiendo algo. - Brittany frunció el ceño como pensando las palabras que diría a continuación. 
—No entiendo. ¿Sabes que odio cuando hablas en código? Esta mañana sólo me funciona una neurona y tú hablas crípticamente. - Suspiró Hannah frustrada. 
—Cuando en el equipo de porristas se corrió el rumor, esperaba otra reacción...
—¿Y...?
—Osea, pensé que iban a tratar a Ashley como una escoria social pero, sentí que casi le tenían ¿envidia?
—¿Envidia porque estaba saliendo con Gerard Way? - Brittany asintió. - Esto debe ser una broma. O nosotras vivimos en una burbuja y no nos enteramos que Way ahora es el sex symbol del instituto o tenemos el síndrome de Donnie Darko. Espero que no empecemos a ver conejos gigantes que nos digan que faltan 30 días para el fin del mundo. 
—Voto por la primera. Hasta Chloe lanzó un comentario de “quien sabe por cuanto tiempo lo tendrá” y todas las demás asintieron. Me siento perdida. - Dijo Brittany frunciendo el ceño. 
—Hoy voy a su casa a estudiar, le preguntaré allí. – Contestó Hannah frunciendo el ceño. 

¿Desde cuando Gerard se había convertido en el sex symbol de la preparatoria?



***



Eran ya las cuatro de la tarde y habían pasado casi todo el día estudiando. La cama de Gerard de pronto comenzó a sentirse mullida y cómoda debajo del cuerpo de Hannah, su figura se amoldaba perfectamente al colchón y se fue recostando un poco más. De repente la voz de Gerard que hablaba de potencias de números imaginarios comenzó a sentirse cada vez más lejana. 

—¡HANNAH! - Un grito en su oído la hizo sobresaltar y miró de mala manera a Gerard quien reía a su lado.
—Idiota, me dormí. 
—Lo noté. - Gerard rodó los ojos. - ¿Escuchaste algo de lo que te dije?
—Si, hablaste sobre las potencias de números imaginarios.
—Exacto. ¿Escuchaste como se hacía la operación? - Hannah lo observó con una mirada desorientada y Gerard suspiró. - Lo supuse. 

Se desperezó en la cama y se recostó en ella estirando sus piernas. Observó como Gerard se levantaba a guardar los libros en su escritorio. Era ahora o nunca. 

—¿Qué tal si tomamos un descanso y hablamos de nuestra vida? – Él se dio mediavuelta y la contempló con el ceño fruncido.
—¿Tú? ¿Saber de mi vida?
—Si, nos conocemos hace catorce años y hay cosas que aún no sé de ti. - Ella sonrió angelicalmente. - ¿Cuál es tu color favorito?
—Rojo. - contestó sentándose en la cama junto a ella, quien estaba acostada, con la misma mueca de confusión. - Realmente aprecio tu intento de conocerme pero, ¿qué es lo que realmente quieres saber?
—¿Te acostaste con Ashley Canson? - Preguntó Hannah sin rodeos. 
—No. 
—Mientes.
—¿De donde salió el rumor?
—Está rondando en el equipo de porristas. 
—Spencer no sabe, ¿verdad?
—No, porque sino estarías a tres metros bajo tierra. Entonces ¿es verdad? - Gerard no contestó. - El que calla otorga. ¿Por qué nunca me entero de nada?
—Porque estás tan metida observándote el ombligo que probablemente caiga un avión a tu lado y tu ni te enteres. 
—Gracias por el cumplido, gusano. - Contestó Hannah y luego aplaudió con una mueca infantil. - Esto es oro, ¡quiero detalles!
—¿Quieres saber como me hizo sexo oral? - Contestó Gerard con el ceño fruncido. A veces le asustaban los cambios de actitud de ella. 
—No idiota, ese tipo de detalles guárdatelo para tu sucia mente. Detalles en el lenguaje de las mujeres significa cómo se conocieron, como llegaron a eso. Detalles. - Explicó moviendo sus manos eufóricamente. 
—Intentamos salir hace un año pero la dejé porque es un dolor en el trasero, casi como tú, pero por lo menos ella lo compensa con el sexo. El viernes pasado nos acostamos nuevamente y acá estoy, siendo acosado por una porrista. 
—Wow, profundo. - Se burló Hannah con los ojos entrecerrados. - Gerard Way, el antisocial del colegio, siendo acosado por la insoportable de Ashley Canson. Harían buena pareja, los dos son igual de idiotas. 
—No es la primera vez que me pasa. - Contestó encogiendo los hombros. 
—¿Te acostaste con otras porristas? 
—Si. ¿Quieres la lista? - La quijada de Hannah casi toca el piso. 
—¿Alexis Jones?
—Si. 
—¿Sam Wells?
—Si.
—¿Jessica Halford?
—Si.
—¿Angelica Tedder?
—No, sólo sexo oral. 
—Ugh, no quiero saber que hicieron. Sólo di que si o no. ¿Kate Higgins? 
—Sólo nos besamos, aunque besa horrible. 
—¿Brittany?
—No. - Contestó Gerard con seguridad y por dentro Hannah suspiró del alivio. 
—¿Chloe? 
—Tampoco. 
—¿Osea que yo, Brittany y Chloe fuimos las únicas con las que nunca sucedió nada?
—Buena conclusión Sherlock. - Se burló Gerard. 
—Wow. - Hannah aún estaba en shock, Brittany tenía razón, había algo que se estaban perdiendo. 
—¿En serio nunca supiste? Soy como la “puta” del equipo de porristas, pensé que entre ustedes hablaban de mí. 
—No. Por lo menos nunca la frente de Brittany y de mí. - Hannah frunció el entrecejo y observó a Gerard de arriba a abajo. - ¿Cómo es que se acuestan contigo? ¡Eres un mediocre intento de metalero frustrado!
—Tengo mis encantos. - Gerard alzó sus cejas repetidamente y luego dirigió su mirada hacia su entrepierna.
—Ugh, ¡eres un cerdo! - Hannah lo empujó y casi lo tiró de la cama. 
—Tú preguntaste, yo te di respuestas cariño. Ahora quiero saber de tu vida sexual, ¿con cuantos tipos estuviste? ¿Con 15?

Por alguna razón esa pregunta le molestó, no quería que nadie la tuviera como una cualquiera. Aunque ya a esta altura, debía aprender a no tomarse los chistes de Gerard en serio. 

—No te interesa. - Contestó de mal humor. El sueño que tenía no ayudaba mucho en su carácter.
—Vamos, ¿fueron más? Cuéntame, quiero detalles. - Gerard se burló de ella poniendo voz chillona. 
—Con el único que me acosté fue con Alex. ¿Contento?

Hannah comenzó a recoger su mochila y sus útiles, y no le volvió a dirigir la palabra. ¿Gerard estaba contento? Para nada. Le sorprendió demasiado que Hannah sólo se haya acostado con un solo hombre. Parecía de las típicas zorras de la secundaria, pensaba que muchas habían estado en su cama. Pero la verdad es que nunca terminamos de conocer a las personas. 

—Tengo sueño y no tengo ganas de pelear contigo. - Anunció Hannah saliendo por la puerta. - Te veo mañana. 

Mientras se dirigía a su casa comenzó a pensar en todas las cosas que se enteró hoy. ¿Por qué lo buscaban todas las porristas? ¿Qué tenía de especial Gerard Way? Sea quien sea que lo viera, sólo sería un molesto adolescente. No tiene el gran cuerpo como Spencer, ni tiene un rostro de modelo como Alex, tampoco tiene el encanto de los deportistas. Y estaba completamente segura que no lo buscaban por el tamaño de... eso, porque no creía que se basara sólo en... eso. Así que ¿qué era lo que a las mujeres le atraía de Gerard Way? Lo que estaba segura era que a partir de ahora en más, lo vería con otros ojos. 



***



El día siguiente fue distinto, por lo menos para ella. Quería comprobar su teoría antes de contarle a Brittany lo que le dijo Gerard el día anterior. Entre los recreos, sin hacerse ver caminó detrás de él en los pasillos y lo pudo comprobar con sus propios ojos.

Angelica Tedder le guiñó un ojo. 

Sam Wells lo miró de arriba a abajo y luego le sonrió. 

Kate Higgins se sonrojó. 

Y así sucesivamente, con las 20 integrantes del equipo de porristas. 

—Sé que me estás siguiendo. - Le dijo Gerard aminorando su marcha para así caminar junto a su vecina.
—Baja tu ego galán, no te estoy siguiendo a ti. Estaba haciendo un experimento. 
—¿Se puede saber de que se trata? - Gerard arqueó una ceja. 
—Estaba comprobando si lo que me dijiste era cierto o no, según de como reaccionaran las porristas cuando pasaran a tu lado. 
—¿No confías en mí? Ouch. - Gerard fingió dolor, tomándose el pecho.
—Claro que no confío en ti. Creo que después de 14 años sabes que nunca confiaría en ti. Sólo me quería asegurar de que era verdad antes de esparcir el rumor. - Contestó Hannah sonriendo. 

Gerard paró su marcha y su mueca juguetona que había portado anteriormente se convirtió en una gesto duro. Su boca formó una línea y su ceño se frunció.

—Oh no, eso no lo harás. 
—¿Por qué? Dame una buena razón para que no lo haga. - Ella sólo sonreía con la típica sonrisa perfecta que sólo Hannah Iero podía mostrar.
—Mi trasero parecerá un cráter lunar de la cantidad de veces que los deportistas me lo patearán. 
—Todavía no escucho la buena razón. 

Gerard la observó y luego sonrió con esa sonrisa que Hannah odiaba tanto. Sus ojos se achicaban y su boca se inclinaba hacia la derecha y c

—Tengo algo que si sale a la luz podría arruinar tu vida académica.
—¿Qué?

Era costumbre para Hannah gritar un ¿QUÉ? En el medio de la escuela, pero esta vez se excedió. Todos los alumnos que estaban cerca de la fuente se dieron vuelta para observarlos con extrañeza. Era muy raro ver a Gerard y a Hannah sosteniendo una conversación. Gerard buscó en su celular y le mostró la imagen de Hannah en la que ella gemía y tenía la cabeza echada hacia atrás. Las demás las había borrado de su celular y esa era la única que había dejado por la simple razón de que ella se veía sexy. Hannah siseó y lo observó con los ojos bien abiertos. 

—¿Sabes como le caería esta noticia al director Kane? ¿Dos de sus alumnos ejemplares teniendo sexo en el campus escolar? Podría incluir la expulsión de ambos y créeme, este – Gerard acercó la pantalla de su celular a la cara de Hannah. - no es el perfil de estudiante que Princeton busca.

Hannah lo miró con odio, le hubiera gustado borrarle esa estúpida sonrisa de la cara con un golpe, pero seguro que la detendría antes de que ni siquiera hubiera levantado el brazo. Observó el celular y luego a él; observó detrás de su hombro y encontró la fuente de la entrada al campus. Tomó el celular de Gerard y lo tiró allí.  

—¿Qué haces? ¿¡Estás demente!? - Fue a buscar desesperado su celular, pero no había caso. Ya no funcionaba.
—Puedes decirle adiós a tus fotos. - Ella sonrió y se dio mediavuelta, pero se paró cuando sintió la voz de Gerard.
—Sabía que harías eso, así que hice unas copias de seguridad. Cuidado princesa, esas fotos pueden perjudicarte más que una F.

Gerard se alejó cuando el timbre de entrada a clases sonó y Hanah se quedó allí parada. El frío de febrero le colaba los huesos. ¿Y qué mejor manera de iniciarlo que con una guerra fría?