VI
—Tengo muchas cosas para decirte.
—Está bien, comienza.
—Primera: eres un idiota.
—Ya lo tengo claro, me lo recuerdas desde el primer día que te conocí.
—Segunda: ¿Sabes que cuando salgamos de este lugar haré tu vida muy miserable y no me detendré hasta que pidas clemencia arrodillado frente a mí?
—Comprendo.
—Tercera: Te ahorraré el gasto de comprar condones porque te patearé tan fuerte en la entrepierna que no podrás tener hijos.
—Entendido, y te agradezco tu preocupación por mi vida sexual.
—Cuarta: Eres el ser más terco del mundo y te odio.
Hannah observó por la ventanilla suspirando frustradamente odiando a quien quiera que le estuviera haciendo eso: el destino, Dios, Alá o Chuck Norris. Gerard sólo se recostó en el asiento colocando sus manos sobre su cara, buscando una solución.
La situación era demasiado bizarra y desesperanzadora: Ambos adolescentes se encontraban en el medio de una carretera poco transitada – ni siquiera un mísero auto pasó por allí desde el tiempo que estuvieron estacionados - a 150 KM de Belleville y a 50 KM del pueblo más cercano, Middle Township. El clima había decidido alocarse, y era uno de esos días de finales de febrero donde hacía más calor que en la mitad de Julio. Probablemente unos 40 grados. No tenían señal en sus celulares y el único dinero que tenían era un billete de $5 y dos monedas de cinco centavos. No tenían agua para refrescarse y para hacer todo más dramático, el capó delantero del auto despedía demasiado humo.
Hannah observó a Gerard a su lado, quien observaba el techo de su auto como si allí fuera a encontrar una solución.
Ya habían pasado tres semanas luego del incidente de las fotos y no se dirigieron la palabra durante ese tiempo. Sólo hablaban lo justo y necesario en las clases de tutoría de matemáticas. Ni siquiera hubo comentarios sarcásticos e hirientes, ni golpes violentos. Sólo calma, miradas fugaces y operaciones con números irreales. Sus padres notaron que algo entre ellos había cambiado porque la cena familiar del domingo a la noche, estuvo extrañamente silenciosa, cuando generalmente eran puros gritos e insultos de ambos. No se miraban, insultaban o humillaban. Ni siquiera se dirigían la palabra al pedir la ensalada. Ignoraban la existencia del otro, y fue allí cuando los adultos compartieron una mirada y supieron que algo grave había ocurrido.
Hannah, durante esas tres semanas sigilosa y disimuladamente, irrumpió en la habitación de su vecino mientras él estaba en su entrenamiento de taekwondo buscando las malditas copias de seguridad. Con mucho cuidado se deslizaba por el árbol que estaba entre medio de las dos casas y caminaba por sus ramas hasta llegar a la ventana en el otro extremo. Revolvía la habitación por más de media hora pero sus intentos eran en vano. No encontraba nunca nada.
Así que se mantenía lejos de él, guardándose las ganas de romperle su perfecta nariz para ella misma. Pero le era imposible ignorar su existencia, porque ahora Ashley alardeaba con las demás chicas del equipo de porristas que era la nueva conquista de Gerard. Hannah se preguntó que bajo había caído el concepto que la mujer tenía de sí misma, para estar feliz de ser la cueva donde el tren de Gerard Way jugaba.
Patético, realmente patético.
Su vida no había sufrido grandes cambios. Su relación con Alex iba por buen camino, nada distinto a lo que venían teniendo hacía casi dos años. No volvió a encontrar a su hermanito tomando alcohol y agradeció internamente eso. Su vida fue buena pero todo lo bueno llega a su fin, lamentablemente. En su interior se maldijo a sí misma, por su vanidad y deseos de tener un cutis perfecto.
Esa cálida mañana de sábado, Hannah fue a la casa de los Way a devolverle a Donna una crema anti espinillas que le había prestado. Encontró a la adorable familia y al engendro que habían procreado tomando el desayuno. Le agradeció a Donna profundamente por la crema, porque había salvado a su nariz de convertirse en una tuna – por la cantidad de puntos negros que tenía – y evitando a toda costa mantener contacto visual con Arthur, hizo su salida triunfal hacia la salida
Cuando estuvo a punto de tomar el pomo de la puerta, la voz de Donald la detuvo. A regañadientes volvió a la cocina y vio a su tío postizo con esa maldita sonrisa que conocía demasiado bien. Sus padres y los Way tenían alguna extraña fascinación en hacer que Gerard y Hannah pasen el mayor tiempo posible. Creen que tal vez así, todo el odio que sienten puede ser revertido y esa energía la volcarían al otro de una forma sexual o romántica.
Están muy equivocados, jamás podría pasar algo así entre ellos.
Donald le pidió si podía acompañar a su hijo a buscar un paquete a Middle Township, que queda a unos 200 km de Belleville. Al principio se rehusó diciendo que tenía mucha tarea, sin embargo, le dio el gusto. Había algo en los Way que hacía que no se pudiera negar.
Iremos en mi auto. - Dijo ella y por primera vez en casi tres semanas, Gerard le dirigió la palabra.
Estás loca. Acabo de sacar mi auto del taller y lo quiero usar.
Así que terminó internada en el auto de Gerard, con 40º de calor y el aire acondicionado averiado.
Por lo menos cumplió parte de su mayor fantasía. Escuchó Black Hearts (on Fire) de JET en la radio, mientras conducía junto a un hombre en las calurosas rutas de Norteamérica. Su sueño original era recorrer las carreteras de California, con el viento rozando su cabello en un Corvette rojo de los 70 y una versión de Clint Eastwood del nuevo milenio – tantas películas western durante sus noches de insomnio la habían traumatizado - a su lado.
Pero no recorría la carretera de California, sino una totalmente desolada de Nueva Jersey. No estaba en un corvette rojo con el viento rozando su cabello, sino en un Volkswagen Gol del 2006 con el aire acondicionado averiado. Y definitivamente su acompañante no era el Clint Eastwood del nuevo milenio, sino el adefesio de Gerard Way que continuamente le lanzaba miradas llenas de odio.
Suspiró por lo menos había escuchado su canción favorita en la radio.
Las horas comenzaron a pasar y agradeció que sólo faltaban unos 50 kilómetros para que el viaje terminara. Lo único que se escuchaba era una radio local, que pasaba música rock ya que no se dirigieron la palabra en todo el trayecto. Aún seguían demasiado cabreados como para mantener una conversación.
De pronto, la satisfacción de que estaban llegando terminó cuando vio a Gerard con una mueca preocupada.
—¿Qué sucede? - Le preguntó.
—Estoy teniendo problemas para conducir. Va a ser mejor que nos detengamos.
Y apenas aparcaron en la cuneta, del capó comenzó a salir un cúmulo de humo.
Así fue como terminaron en esa situación. Gerard observó la hora en su nuevo celular – el otro no volvió a funcionar – y suspiró a su lado.
—Te dije que no viniéramos con tu auto. El mío estaba en perfectas condiciones. - Replicó Hannah luego de varios minutos en silencio. Gerard, a su lado suspiró, cansado de que su vecina le echara la culpa de todo.
—El mío también, - objetó golpeando el volante y luego, en un susurro agregó. - o eso supuse.
—Gerard, lo acababas de sacar del taller.
—Por eso supuse que estaba bien.
—Arthur – odió el cambio de tono y cómo lo había llamado por su segundo nombre. Eso sólo lo hacía cuando estaba extremadamente enojada. - está saliendo humo del capó y en cualquier momento el auto explota. Dudo que esté bien.
—Lo sé, pero regañándome no arreglarás nada. ¿Sabes? Si dices algo que pueda contribuir con la situación, la escucharé, sino, haré oídos sordos a todo lo que digas.
—No es la primera vez en el día que haces oídos sordos a lo que te digo. - Replicó, recordando la discusión que tuvieron antes, al decidir que auto debían tomar. - Además, estoy enojada y el único ser vivo a mi alrededor eres tú. Y debo agregar que eres la fuente de mi ira, así que estoy en todo mi derecho de agarrármela contigo.
Gerard no contestó. Sólo bufó y salió del auto, cerrando la puerta de un portazo. Hannah no se movió ni un centímetro, era un problema en que él los había metido así que debía encontrar una manera de sacarlos de allí. Rodeó el auto y levantó el capó. Pudo ver como salió mucho más humo y como Gerard tosía ahogado. Lo perdió de su campo de visión, así que reclinó el asiento y se recostó observando el techo, abanicándose con una revista Playboy que encontró en la guantera de Gerard. Sólo deseaba que la cafetera que tenía como auto no se hubiera fundido porque sino iban a tener que pasar la noche allí.
—Hannah... - La llamó con su cabeza aún metida en el motor.
—¿Qué rayos quieres? - Gruñó.
—¿Podrías ser un poco más dulce? No tengo un buen día y mucho menos lo será si me estás gritando cada vez que puedes.
—¿Necesitas algo mi terroncito de azúcar? - Preguntó con una voz extremadamente melosa. - ¿Que puedo hacer para hacerte feliz caramelito?
—Dejar de existir, pero debido a que eso no es posible... ¿Puedes alcanzarme la caja de herramientas princesa?
Hannah bufó y se dirigió al baúl para buscar la pesada caja de herramientas. El sol le pegó en la piel con demasiada intensidad que pensó que iba a incendiarse. Gracias a dios tenía unos shorts de Jean y una camisa sin mangas, pero por un momento, se sintió mal por Gerard. Él tenía puestos unos pesados jeans negros y una camisa de los Misfits del mismo color. Se debe estar derritiendo.
Sin embargo, cuando llegó a la parte delantera del auto, se quedó sin habla. Eso realmente no se lo esperaba y su estómago se contrajo. Gerard aún tenía la cabeza metida observando el motor, pero su torso estaba desnudo y tenía su amplia espalda para su deleite. Gerard no es el típico musculoso ni tampoco un flacucho desgarbado. No, tenía el cuerpo perfecto de un adolescente que se pasaba horas y horas entrenando taekwondo. Su espalda estaba delineada y el sudor causado por el calor la cubría. Se irguió y la mirada de Hannah cayó sobre sus amplios hombros, sus pectorales y los abdominales débilmente marcados. Pero fueron sus brazos los que le llamaron la atención.
Su exploración terminó cuando escuchó a Gerard lanzar una carcajada.
—¿Puedes dejar de comerme con la mirada?
Y se sonrojó furiosamente aunque no porque la había descubierto observándolo, sino porque tenía el descaro de burlarse de ella.
—No te estaba mirando idiota.
Por primera vez en su vida, no supo que replicarle. No se le ocurrió ningún insulto inteligente porque su atención se dirigió a una mancha de grasa del motor en su mejilla. Su cabello caía sudoroso a un costado, y sus ojos parecían mucho más verdes bajo la luz abrasadora del sol. Sus mejillas estaban levemente sonrojadas por el calor. Se quedó sin habla. Estaba... ¿guapo?
Sacudió lentamente su cabeza, quitando rápidamente esos pensamientos. Ashley y su obsesión la habían traumatizado. Si, seguramente sería eso.
—Ok Fonzie... - comentó rápidamente cambiando de tema y su sonrisa de ganador cayó rápidamente al escuchar el sobrenombre de Hannah. - ¿qué es lo que tiene el auto?
—Vuelves a llamarme otra vez así y juro que haré un molino de viento con todos tus huesos. - Dijo entredientes, sacando una llave inglesa de la caja.
—Inténtalo. Tú y tus sentidos de supervivencia no te sacarán solos de aquí. - Gerard bufó, porque sabía que tenía razón. Por más molesta que fuera, a veces tenía buenas ideas y era un mal necesario. - Entonces, ¿qué tiene?
Esta vez Gerard suspiró, rascándose el cuello y frunciendo el ceño.
Oh no, mala señal.
Eso sólo lo hacía cuando estaba a punto de decir algo malo.
—Creo que el motor se fundió.
Mierda. ¿Qué había hecho para merecer eso?
***
El reloj marcó las 4 de la tarde y el sol estaba en pleno apogeo. Sabiendo que los pocos conocimientos mecánicos de Gerard no los iban a llevar a ningún lado, se sentaron en el auto esperando a que algún alma caritativa pase por allí y les de un aventón hasta Middle Township. Pero en esas tres horas que estuvieron sentados, no pasó ni siquiera una bicicleta. ¿Quién querría salir con ese calor? El cuero de los asientos se pegaba a sus cuerpos sudorosos y eso sólo hacía aumentar su malhumor.
Estaban atrapados.
No dijeron nada en todo ese tiempo. Parecía que el tratamiento de silencio iba aumentando más y más con el correr de los minutos. De repente Hannah observó el espejo retrovisor y salió pitando del auto, en dirección a un camión que se dirigía hacia Middle Township.
—¡Espere! - Gritó con todas sus fuerzas pero no paró. - ¡Maldito idiota analfabeto!
Se quitó una zapatilla y la lanzó en dirección al camión, aunque ya estuviera muy lejos como para pegarle. Se sintió estúpida y un nudo se formó en su garganta. Quería llorar por la frustración y por no poder hacer nada para salir de allí. Para empeorar su ánimo, escuchó la insoportable risita de Gerard que se encontraba apoyado en el capó del auto con sus brazos cruzados sobre su pecho.
—¿De qué te ríes idiota? – Gruñó tomando su zapatilla y colocándosela nuevamente.
—De tí.
Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Se acercó peligrosamente a él y estrelló su mano contra su rostro, haciendo que su cabeza se gire unos 90º hacia la derecha. Había algo en Gerard que sacaba a relucir sus peores instintos. La alteraba, volviéndola violenta, idiota e irritable. Gerard se llevó una mano a su mejilla izquierda, calmando el calor y el picor que la mano de Hannah había dejado.
—¿Qué mierda te sucede bruja? – Gritó furiosamente, pero ella ni se inmutó. Sólo lo observaba con ira impregnada en sus ojos.
—Tú sabes lo que me sucede. Estoy atrapada aquí con la reencarnación inútil y subnormal de Benedict Arnold* por quién sabe cuanto tiempo y lo único que haces es burlarte de mí. Tu actitud imbécil no nos sacará a ningún lado Arthur.
—Esto no es sólo porque estamos en el medio del desierto. – Espetó alzando los brazos. - Benedict Arnold, ¿huh? ¿Ahora yo soy el traidor? ¿Y qué me dices de tú? No eres una samaritana, estabas a punto de delatarme.
Hannah sólo lo miró. Tenía demasiada rabia dentro de ella. Eran muchas cosas contra él que venía acarreando por años y que ahora empezaban a salir a flote.
—Oh, claro. Ahora soy la mala de la película, ¿verdad? Hannah siempre tiene la culpa, Hannah es la loca, Hannah es la que tiene problemas de ira, Hannah, Hannah. Dime Gerard, ¿quién arruinó el video que pasaron en la fiesta de mis 16 diciendo que yo cobraba $5 la hora?
—¡¿Quién le dijo a la chica con la que estaba saliendo que yo era un psicópata que miraba a las mujeres cambiarse con unos binoculares desde mi ventana?!
—¡¿Quién metió una cucaracha en mi sándwich?!
—¡¿Quién me empujó desde la casa del árbol cuando teníamos 6?!
—¡¿Quién mató a Memphis?!
—¡¿Quién se burló de mí junto a sus amiguitos durante todo el primer año porque era gordo?!
Ambos se callaron. Gerard ahora miraba hacia abajo y su pecho subía y bajaba con violencia. Tenía los puños cerrados a su costado y Hannah pudo ver como sus nudillos se ponían blancos.
¿Conoces ese sentimiento de saber que la haz cagado? Así exactamente se sentía Hannah. Un pequeño golpe en el pecho y las mejillas enrojeciéndose, sus ojos viendo como Gerard se alejaba para sentarse en un tronco que había al lado de la carretera. Se quedó allí parada, sin saber como disculparse. La culpa y el remordimiento la estaban carcomiendo, ahora entendía todo. Ella había sido la razón por la que Gerard estuvo tan preocupado por su peso durante los primeros años de la secundaria y que lo había llevado a deprimirse e ir al psicólogo. Tragó saliva y se sentó en el capó del auto, mirando desde la distancia como Gerard desaparecía de su vista.
***
Gerard observaba a su amiga desde lejos. No parecía la niña que había jugado a la pelota con él en las últimas vacaciones de verano, cambió mucho en menos de un año. Ya no usaba sudaderas del doble de su tamaño, ahora eran remeras ajustadas que comenzaban a mostrar su cuerpo en desarrollo. Los pantalones caqui fueron reemplazados por polleras cortísimas y leggins. Gerard suspiró, sólo quería a su amiga de vuelta. Ahora sólo lo ignoraba, ni siquiera un golpe o un insulto indefenso. Sólo miradas rencorosas y comentarios hirientes.
Tomó su mochila de los Power Rangers y comenzó a dirigirse a su próxima clase. Pasó por el lado del grupo de los niños “populares”, los nuevos amigos de Hannah. Trataban mal a cualquier niño diferente, ya sea gordo, femenino o nerd; nadie quedaba libre de sus burlas. Y Gerard no era la excepción. El bullying contra él era casi diario, y podía ir desde algo simple como un insulto, o hasta golpearlo y dejarlo con la nariz sangrando.
—¡Oye gordo! - Gritó uno de ellos, Alex Edwards a sus espaldas. - Aquí tienes un poco de comida.
Un plato lleno de fideos calló sobre su cabeza. Escuchó muchas risas a su alrededor pero esta vez, hubo una familiar. Junto con Alex, estaba Hannah riéndose de él. Las risas se repetían como ecos en su mente mientras Gerard corría rápidamente al baño con lágrimas en los ojos. Los insultos o risas burlistas de Hannah nunca le dolieron tanto como esta vez. Esta vez fue una risa maléfica y la primera burla cruel de muchas.
Apenas podía ver adelante de él, ya la noche había caído sobre Nueva Jersey. Estaba cansado, tenía frío, hambre y sed. Su trasero le dolía por haber estado sentado en ese tronco por tantas horas, pero se negaba a volver al auto donde estaba Hannah.
Estuvo todo ese tiempo recordando cada una de sus burlas. No le importaba que Alex Edwards se burlara de él, ni Spencer, ni nadie de ese grupo de retardados; pero las palabras de Hannah aún dolían como en aquél momento.
Porque cambió demasiado sólo para demostrarle que no era el gordito nerd que fue hacía unos años. Gracias a sus palabras venenosas se transformó en Gerard Way, el casanova del colegio, que podía tener a quien quisiera bajo sus pies.
Menos a Hannah. Porque sabía que jamás sería lo suficientemente bueno para ella. Rió amargamente y encendió un cigarro.
—¿Puedo sentarme contigo? - Dijo Hannah a sus espaldas.
Él no contestó. Estaba enojado no sólo con ella, sino con él mismo; por dejarle ver que sus palabras lo afectaron más de lo que demostraba. Aunque, algún día se tenía que enterar, ya era lo suficientemente grande y maduro para poder decir de frente las cosas que le molestaban.
—Lo siento. - Habló luego de unos segundos.
Gerard rió. Le costaba creer que la situación era cierta y no una alucinación producto del hambre. Pero allí estaba Hannah Iero sentada a su lado, encogiéndose por el frío y pidiéndole perdón. La vida a veces lo sorprendía.
—No te rías. - Se defendió ella. - Sabes como me cuesta pedir perdón y... no lo sé, siento mucho haberte hecho sentir mal. En serio Gerard, nunca fue mi intención. A veces creo que te tomas todo muy a la ligera, porque así lo haces parecer, pero ahora me doy cuenta que no. Y era una idiota, soy una idiota en realidad, pero antes era más idiota. Y en serio, nunca quise herirte así. Sé que sufriste mucho y tuviste el autoestima muy bajo y ¡todo por mi culpa! Soy una imbécil. ¿Me perdonas?
Volvió a reír, pero esta vez por el chorro de palabras que salieron de su boca sin detenerse un minuto. Hannah se agitó a su lado, y respiró fuertemente cuando terminó su disculpa.
—Gerard, en serio, no te rías. - Manifestó y se cubrió las manos avergonzada, lo que hizo que él riera más. - Eres un idiota.
Se levantó de su lado con la ira nuevamente aflorando en su cuerpo. ¿Cómo se atrevía a reírse cuando ella se estaba disculpando? Había dejado atrás su maldito orgullo y pensó cuidadosamente las palabras que diría para que la perdonara, porque la culpa la estaba comiendo. Y ahora el imbécil se reía de ella.
Sin embargo, sólo logró hacer un paso porque sintió cómo dos fuertes brazos la tomaron de la cintura y quedó sentada encima de sus piernas. Se incomodó, por el repentino acercamiento pero el enojo que sentía era mayor que cualquier otra cosa.
—Me río porque eres tan malditamente orgullosa Iero. - Dijo con una sonrisa. - Y sí, te perdono, aunque no entendí lo que dijiste porque fue demasiado rápido, pero te perdono.
—Eres un idiota Arthur. - Dijo ella, pero no fue un insulto, sino su extraña forma de demostrar cariño. - Vamos al auto, me estoy congelando.
Ambos se parando, dejando su extraña pose y en silencio se dirigieron al auto. El aire estaba frío, y se sorprendieron de la gran amplitud térmica que había entre el día y la noche.
—Gerard. - Hannah llamó su atención cuando ya estaban en el auto. Habían cerrado las puertas con seguro, sólo por si acaso.
—¿Hmmm?
—Creo que deberíamos hacer las paces... ya sabes.
Gerard abrió los ojos, aunque no pudo verla por la oscuridad. Definitivamente estaba en un episodio de Dimensión Desconocida*. Se imaginó el opening de la serie, con el tétrico piano y luego la voz en off que decía: “Estamos viajando hacia una dimensión distinta a la del mundo de la visión y del sonido,el reino maravilloso de la imaginación. La dimensión desconocida”
Pero eso sería demasiado maravilloso para ser cierto.
—¿El sentimentalismo de nuestra charla te tocó el corazón o estás haciendo todo esto porque estás segura de que vamos a morir atrapados aquí?
—Eres un idiota. - Espetó, y pudo ver en la oscuridad como giró su cabeza para mirar por la ventanilla. - Nunca me tomas en serio.
—¿Vamos a volver a pelear? - Preguntó con cansancio. - Hannah fue un chiste porque me extraña que estés tan... ¿Por qué eres tan buena conmigo? Me odias, se supone que tienes que ser mala.
—Yo no te odio. - Contestó. - Es que a veces te pones en pesado y molesto, y generalmente no tolero a casi nadie; menos a tí, que tienes un poder especial para ponerme de mal humor en menos de un minuto.
—Claro, no me odias. - Rodó sus ojos con sarcasmo.
—No te odio, pero digamos que no me emociona mucho que respires... - Se burló, pero al ver que Gerard no rió volvió a su tono neutral. - En serio, no te odio. Por eso quiero que hagamos un acuerdo. Te conozco desde hace más tiempo que a nadie, incluso que a Brittany y todo ese tiempo estuvimos haciendonos la vida imposible. Y sé que mucho de lo que dijimos nos dolió. Además hay que agregar que alguna vez vamos a terminar en el hospital.
—Buen punto. - Contestó. - Extrañaré pelear contigo, pero supongo que me acostumbraré.
—Por el momento, tratemos de evitar cualquier tipo de violencia verbal o física.
—De acuerdo.
Gerard apretó un botón de su reloj de muñeca y la luz azul se prendió. Ya eran las 10 de la noche y considerando de que aún nadie fue a rescatarlos, deberían pasar la noche allí.
—Tendríamos que dormir.
—¡Pido el asiento trasero!
—Está bien. Yo no entro allí, tú si pequeño gnomo. - Se burló Gerard y Hannah rió con él. No le cayó mal el insulto, al contrario, sabía que no lo hacía de mala manera.
—Idiota.
Estuvo a punto de ir a la parte trasera del auto, cuando un resplandor delante de ellos los alumbró. Se observaron sorprendidos y salieron rápidamente del auto, parándose al lado de la ruta y haciéndole señas a un camión de cargas. Por suerte, el conductor paró y bajó la ventanilla.
—¿Sucede algo niños? - Preguntó el chófer jovialmente.
—Se nos quedó el auto esta mañana – Comenzó a hablar Gerard. - Y no tenemos señal en nuestros celulares, ¿nos podrá dar un aventón hasta Belleville?
—Claro, suban.
Agradecieron y Gerard se alejó para cerrar el auto con llave. Luego mandaría una grúa del seguro para que lo vinieran a buscar. Ambos subieron al camión con una sonrisa en la boca. Por una extraña razón se sentían en paz, sabiendo que estarían en sus casas en unas horas y porque por fin, habían logrado apaciguar la violencia en su relación.
Tal vez los intentos de los adultos para forzar su relación habían surtido efecto. Tal vez era el inicio de una gran amistad. Tal vez esa amistad podría forjar algo más.
Tal vez, tal vez. Todo eso se verá cuando el tiempo ponga sus manos sobre ellos.
* Dimensión Desconocida: Serie de la década del 60 que trataba temas sobrenaturales.